HernánDompé

Hernán Dompé es un artista claramente inmerso en la vida contemporánea. No obstante, sus imágenes imbuidas de la admiración por las manifestaciones culturales de la América antigua, hablan de la fascinación por tiempos en que arte, religión y vida cotidiana no eran esferas separadas. Un tiempo remoto en el que el hombre vivía en una mayor armonía con la naturaleza. En este sentido su arte tiene un profundo mensaje ecologista..

Obra

“La naturaleza nos da muchas pistas”, piensa Dompé. Tormentas, rayos, pueblan su obra. Son las expresiones espontáneas de la naturaleza que desde el comienzo de los tiempos el hombre leyó como signos de algo que está más allá del simple acontecimiento. La ira de los dioses, un espectáculo sublime a descifrar. Aunque hoy parezca que estamos lejos de ese pensamiento mágico es la ecología la que señala cómo el hombre está inserto en el un entorno natural que enseña día a día cuáles son sus reglas.

Desde 1980 en que recorrió Perú y México, Dompé vio en la arquitectura religiosa de la América antigua las formas y símbolos de ese pasado en el que el hombre y la naturaleza formaban un todo indisoluble. Su obra se concentra en una lectura contemporánea de las formas, materiales y significados de antiguos monumentos como los totems, sitios ceremoniales u objetos propiciatorios que materializan esas fuerzas naturales y su relación con el hombre que les temió, respetó y dominó. Temas tan originarios como las fuerzas vitales (vida, muerte, fertilidad), emociones primarias como el miedo y la intuición, toman cuerpo bajo distintas imágenes en sus virtuosas esculturas de madera, piedra o bronce. Son las imágenes que, hundidas desde siempre en nuestro inconsciente, se manifiestan de distintos modos en el arte a través de los siglos.

Pero ¿cómo aparecen estas imágenes? Algunas veces pareciera que están “atrapadas” en la materia y el escultor actúa para “descubrirlas”. Otras, parten del objet trouvé, el “objeto encontrado”, fructífero método que aportó el surrealismo. Todo sirve; hasta el más insignificante tornillo, puede desplegar un mundo de fantásticas alusiones poéticas y convertirse en la peligrosa lanza de un guerrero o el poderoso remo de sus indómitas naves. Y sus naves van…cargadas de imprevisibles enseres, custodiadas por los rayos, vestidas de luces azules que las transforman en barcas celestiales. Repletas de audaces guerreros libran batallas imaginarias que recuerdan las grandes sagas de la humanidad: las primeras historias de la Historia.

Entre el objeto y la escultura, sus naves logran verdaderamente la sensación de movimiento. Parecen mecerse arrastradas por las mareas; enarcan sus cascos, elevan enhiestas sus proas para arremeter las olas. Adoptan las formas de los peces en quienes los hombres se inspiraron para crear las barcas. Cada una cuenta una historia que descubrimos al detenernos en sus disparatados tripulantes. El humor y la ironía asoman en cada uno de estos personajes hechos de distintos materiales descartados. “Acumulo lo que encuentro”, señala Dompé, “una pata de silla, una herradura, restos de un arado…” Estos objetos o fragmentos de ellos se incorporan con su propia historia (desgastados, oxidados, quemados) a una nueva narración que el escultor construye.

Dompé encuentra una gran fascinación en descubrir el origen de las imágenes, sus representaciones: los primeros dioses, los primeros hombres. Así, parte de la materia en su condición primera de tronco o bloque y la aborda teniendo en mente a quienes hicieron esto por primera vez. Para construir herramientas de trabajo, armas para la guerra u objetos para la adoración, los primeros hombres, igual que Dompé hoy, se enfrentan al material para modificarlo y cargarlo de sentidos simbólicos. Aquellos hombres no eran artistas sino chamanes, sacerdotes que poseían el don de transformar. Hoy ese don nuestra sociedad lo reconoce en el artista.